Una y otra vez el supremacismo blanco fue una de las fuerzas que guió la historia. Causó demasiadas hambres, torturas y muertes. Es hora de que intentemos seriamente pararlo, más allá de proclamas y buenas intenciones.
Carlos Taibo reflexiona, en Ecofascismo, sobre las conclusiones del libro de 2002 de Carl Amery: Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Y sostiene que el nazismo solo fue una etapa de un proceso mucho más largo en el que los hombres blancos lograron oprimir a las habitantes de los países del sur global y a las poblaciones no blancas de los del norte. El escritor y profesor jubilado sostiene una opinión que no solo es suya:
“Claro es que en relación con el argumento que ahora despliego no sería muy saludable concentrar toda la atención en Hitler y sus crímenes. Por detrás está —lo reitero— la trama del mundo occidental en general. La dominación de este sobre el planeta no surge, o no surge solo, de las revoluciones vinculadas con la ciencia, la industria y la política: se ha levantado sobre la base del genocidio, de la esclavitud y del colonialismo, todos ellos asentados en la supuesta superioridad del hombre blanco y de su racionalidad científica e ilustrada. Estos tres factores permitieron con el paso del tiempo el auge, cierto que relativo, del proletariado revolucionario de los países del Norte y, después, el de los propios Estados del Bienestar. En un escenario tan complejo como ese no parece en modo alguno injustificada la conclusión de que el ecofascismo bien puede ser una deriva natural de las propias democracias liberales.”
Haremos bien en luchar contra una ultraderecha que hoy quiere excluir a las migradas, racista, que no reconoce las violencias machistas, que fomenta el odio a la gente LGTBIQ+ hablando de lobby gay. Una que todavía niega el cambio climático antropogénico pero que no tardará en admitir que nos hallamos en una gran crisis ecológica y social —cuando ya se haga demasiado evidente como para seguir negándolo— y estará interesada en incluir toques de ecofascismo en los sistemas de los países del norte global.
En la política y en general en la cultura se percibe a menudo un fuerte eurocentrismo. Hemos de luchar para escapar de esa mirada, especialmente quienes nos consideramos occidentales, aunque eso nos haga perder privilegios. La religión cristiana en sus diferentes variantes o nuestras costumbres —-como la Navidad— se fueron expandiendo por el planeta con los procesos de colonización. Se conoce como Occidente a EE UU, Canadá, las naciones de Europa central y occidental, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda. Latinoamérica y las islas del Caribe son consideradas por algunxs autorxs como Extremo Occidente o como una parte especial de Occidente, debido al menor IDH de sus países. Todo esto siempre sin contemplar las ricas culturas de los pueblos que habitaban este continente antes de la llegada de lxs colonizadorxs, que en numerosas áreas siguen siendo muy fuertes.
Europa, las sociedades que surgieron a raíz de ella y los hombres blancos —-recordemos que hoy todavía manda el patriarcado (cada día que pasa un poco menos)— pueden parecer que son las fuentes de la civilización y, es verdad que construyeron grandes monumentos en los últimos siglos, pero hay que tener siempre presente que este continente estuvo durante milenios formado por bosques helados mientras la cultura de la humanidad se producía en otros lugares y lo hacían otras personas. ¿Quién nos podría asegurar con certeza que las impresionantes estructuras de Göbekli Tepe (Turquía)1 no fueron construidas por mujeres negras?
En los países occidentales y en el ámbito eslavo es fácil encontrar una versión ligera y disimulada de doctrinas a favor del supremacismo blanco. A pesar de que la nuestra sea una cultura que se edificó hasta la Ilustración en base a la desigualdad y a la falta de libertad2, el hecho es que desde la segunda mitad del siglo XX, han ido cobrando fuerza reivindicaciones en Occidente —y progresivamente lo han hecho de manera global— como la de los derechos humanos, los feminismos, el movimiento por los derechos civiles, el ecologismo o el respeto y la igualdad de disidentes sexuales y de género. Sin embargo, en demasiadas naciones del planeta no son escuchadas. El antirracismo surgió en los lugares donde se sufrió la colonización, nace de lxs que fueron objeto del desprecio, el maltrato, la despersonalización, la esclavitud y otras injusticias que cometieron lxs colonxs procedentes de Europa o sus descendientes.
La Congregación del Infinito podría lograr fortalecer los cambios en nuestras vidas que, gracias a estos movimientos sociales, se han ido produciendo en las últimas décadas.
Hemos de cambiar nuestra cultura y nuestras formas de habitar este planeta para hacerlo de una forma más justa y sostenible. Tendríamos que construir comunidades resilientes, que luchen contra la supremacía blanca, el sistema patriarcal y la xenofobia, ecologistas, en las que LGTBIQ+ y quienes tenemos diferentes capacidades nos sintiésemos a gusto, que fuesen autosuficientes, redujesen sus emisiones de gases de efecto invernadero y resistiesen frente a los daños provocados por el cambio climático. En ellas deberíamos poner la vida en el centro y cuidarnos unxs a otrxs. Tareas de las que se encargaron tradicionalmente las mujeres, como son las de cuidados, deberían ser asumidas por toda la comunidad.
Para que todo ello funcionase hay que aprender a disfrutar de la vida con menos objetos y menos dinero. Una solución sería seguir el ejemplo de quechuas con la Sumak Kawsay y de aymaras con la Sumak Kamaña, dos formas de hacerlo que priman el buen vivir frente al consumir.
El notable aporte cultural ancestral indígena del Sumak Kawsay o Buen Vivir (Vivir Bien en Bolivia), de acuerdo con muchos autores que ponen por escrito la antigua tradición oral de diversos pueblos de Nuestra América, tiene cinco principios: Sin conocimiento o sabiduría no hay vida (Tucu Yachay), Todos venimos de la madre tierra (Pacha Mama), La vida es sana (Hambi Kawsay), La vida es colectiva (Sumak Kamaña) y Todos tenemos un ideal o sueño (Hatun Muskuy).
Estos se sustentan en tres principios de la filosofía andina: Reciprocidad como solidaridad entre los seres humanos (el “prestamanos” individual y familiar al construir una vivienda o la “minga” como acción colectiva de interés comunitario), incluyendo los mandamientos de no ser ladrón, ni mentiroso, ni flojo.3
Sería necesario darle más importancia a una nueva vida social que no esté lastrada por los prejuicios tradicionales.
La vida suele estar más amenazada en aquellos lugares en los que viven más personas pobres. Es un hecho que no somos tratadxs como iguales alrededor del globo terráqueo, ni tenemos las mismas oportunidades. También lo es que si la industria tiene que producir «accidentalmente» desastres medioambientales y humanos, las élites prefieren que tengan lugar en Estados empobrecidos y apartados del foco mediático como en el caso de Bophal (India)4.
Esta entidad religiosa no patriarcal tiene que proteger la vida en general, tanto la de lxs diversxs seres no humanxs que habitan nuestro planeta, como la de las criaturas humanas. Una herramienta muy útil para este último fin son los Derechos Humanos, por ejemplo los recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, aunque también están descritos en otros sitios.
Poner la vida en el centro igualmente significaría proteger el medio ambiente y la existencia de animales, plantas y de otrxs seres vivxs. Habría que conseguir que la ONU publicase una Declaración de Derechos de los Seres Vivos que complemente a la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Sin embargo, que la vida se sitúe en el centro no significa que esta religión se oponga al derecho al aborto. Ante un estado de gestación, la vida que se pone en el centro es la que podría existir por sí misma, la de quien va a experimentarlo, que tendrá que decidir si va a interrumpir su embarazo o si quiere continuar con él.
Los conceptos clásicos de las religiones patriarcales suponen un rechazo de esta vida que conocemos en favor de otra supuesta vida después de la muerte. Nietzsche, en su Ecce Homo escribe:
¡El concepto «Dios», inventado como concepto antitético de la vida -en ese concepto, concentrado en horrorosa unidad todo lo nocivo, envenenador, difamador, la entera hostilidad a muerte contra la vida! ¡El concepto «más allá», «mundo verdadero», inventado para desvalorizar el único mundo que existe, para no dejar a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón, ninguna tarea! ¡El concepto «alma», «espíritu», y por fin incluso «alma inmortal», inventado para despreciar el cuerpo, para hacerlo enfermar –hacerlo «santo»–, para contraponer una ligereza horripilante a todas las cosas que merecen seriedad en la vida, a las cuestiones de alimentación, vivienda, dieta espiritual, tratamiento de los enfermos, limpieza, clima!
1 Göbekli Tepe es un yacimiento arqueológico ubicado en el sudeste de Turquía, cerca de la frontera con Siria, cuyos monumentales edificios (seguramente templos) fueron levantados en el X milenio a.e.c.
2 En su libro El amanecer de todo, David Graeber (1961-2020) y David Wengrow (1972) sostienen que para la asunción de que podíamos vivir con mayores cotas de libertad e igualdad fue determinante el contacto con los pueblos indígenas americanos.
3 Artículo aparecido en el periódico ecuatoriano El Telégrafo https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/que-es-el-sumak-kawsayx
4 El accidente de Bhopal tuvo lugar en 1984 en esta localidad del estado de Madhya Pradesh en India, cuando un escape de gas venenoso utilizado en la fabricación de plaguicidas por la empresa Union Carbide causó la muerte de entre 7.000 y 25.000 personas (si se cuentan las que fueron muriendo con el tiempo por los efectos del envenenamiento de aquel día) causando 500.000 heridxs de diversa gravedad.